ADIÓS A MIS ABUELOS
El 3 de marzo murió mi abuela materna Carmen Gutiérrez después de soportar tres trombosis y una convalecencia por dificultades en la circulación durante los últimos años de su vida. El 14 de marzo a las 7:30 a.m. murió mi abuelo materno Luis Enrique Gutiérrez abatido por tantos años de luchar contra el asma, por una desnutrición severa y una extraña infección en la columna. Algún médico atinó a decir que tantos años de medicamentos le habían dificultado la asimilación del calcio, lo que debilitó sus huesos, lo adelgazó y lo mató lentamente.
Mi mamá viajó hasta Popayán pero no se quedaba en el hospital de noche pues creía que en la oscuridad llegaría la huesuda, ese viernes madrugó a acompañarlo y justo en el cambio de turno de los médicos, "el abuelo se fue apagando como una vela", me contó llorando.
Una semana estuvieron los abuelos hospitalizados en la misma habitación, cada uno muriendo a su manera. La abuela ya no reconocía ni a sus hijos y llamaba a Jazmín, mi tía mas joven, para recomendarle el cuidado de la casa. La misma casa donde jugábamos escondidas en el mueble de la vieja máquina de coser Singer que ella pedaleó durante cuatro lustros. La misma casa donde los tíos se volvieron padres y abuelos, la misma donde fuimos multiplicando esta familia de nueve tíos, treinta nietos y tantos bisnietos que ya perdí la cuenta.
La misma casa que nos albergó para tomar el café mas caliente y mas dulce todas las tardes a las cuatro, con el pan recién sacado del horno con ese sabor único del aliño de mi abuela.
La misma casa que vio remendar los zapatos de primos y vecinos con la aguja del abuelo, que había cargado los postes que electrificaron los rincones mas lejanos del departamento del Cauca.
La misma casa que nunca se negó a las visitas de los tíos que cada día llegaban con mas prole.
La misma casa de las borracheras de dos días, con aguardiente o chicha. Nunca hubo excusa para no beber.
La misma casa donde el abuelo criaba unos pollitos para las dietas de mis tías y mis primas, o un cerdo para el convite de fin de año. Durante el año, el marrano se convertía como en un habitante ilustre de la casa, como parte de la familia. Las visitas se invitaban hasta el patio para verificar el crecimiento del animal como vaticinándole que sería la cena de año nuevo o la despedida por ejemplo de la familia que se fue a vivir a Bogotá.
La casa del árbol de tomate que eran celosamente vigilados por la abuela, quien siempre se descuidaba para ser cómplice de nuestros robos que terminaban en un festín de tomate de árbol con azúcar. Aunque el mejor festín era el manjarblanco que se batía por turnos de una hora, todo un día en una paila de cobre, justamente a la sombra del árbol de tomate. Jugábamos mientras la leche, el azúcar y una bolsita mágica de escencias cogían consistencia cremosa que se enviaba a cada casa en tarros y mates, mientras el humo de la fogata nos nublaba la visión.
La misma casa que me recibía cada año en vacaciones con una novia diferente, en un extraño rito de aceptación familiar.
La casa de la familia Gutiérrez, de lejos, la mas bullosa de la cuadra, la que hacía el taitapuro para quemar entre estallidos y silvatos y recibir un nuevo año.
La casa del barrio popular que sacaba sus bafles para animar las fiestas o el aseo cotidiano... la casa de los abuelos... Mi mamá me contó que de niño yo decía: "la casa de mis abuelitos es feíta, pero a mí me gusta ir allá"; y hoy sí que quisiera estar allá, para ver que no es la misma sin la presencia de los abuelos, sin los apodos del abuelo Enrique que a cada nieto bautizaba con un mote mejor que el nombre de pila: chiguaca, cabeza pilón, chimoltrufia, chapulín, muñequeburro, flaco y otros tantos que cada primo y cada vecino va a extrañar. ¿Dónde estarán don gallo y doña galla?, ¿dónde estará el viejito lenguaepuerco? me pregunto en esta distancia.
Quisiera ir a esa casa para comprobar que no es la misma sin el sancocho diario de la abuela que sabe como a todos los sabores de la montaña en un solo plato, que sabe como al aroma del cilantro, que sabe como a la cucharada de fríjoles que el abuelo le daba a cada nieto pues no soportaba comer si alguno de los niños no estaba comiendo.
En esa casa están los rastros de "loco" un perrito criollo feito que nos acompañó durante unos quince años, toda mi infancia estuvo acompañada del olor de ese perro que hasta donde supe, se cansó de estar viejo y se le echó a un carro. Pasados unos años su lugar cuadrúpedo fue reemplazado por "martín" que no es tan feo, al menos tiene pelito largo, como esos perros señoriteros, aunque eso no le quite lo chandosito. Hablo en diminutivo porque nunca entendí la necesidad de tener un perro en esa casa, posiblemente para ocupar los dos patios o para entretener tantos niños o simplemente para tener a quién regañar en los días de calma.
Mi mamá viajó hace unas semanas como para acompañar lo inminente, como para ponerle el pecho a la historia, como para acompañar a sus padres en su último respiro... y lo logró, el pasado viernes vio el último respiro de su padre quien no aguantó ni dos semanas y se dejó morir para acompañar a su esposa... no se de fechas, ni de cifras, pero supongo que después de sesenta años de vivir con la misma persona y multiplicarse en una gran familia, es muy difícil respirar solo y no queda mas opción que tomar las maletas y hacer juntos el último viaje.
Mi abuelo Enrique murió el pasado viernes, once días después de la muerte de mi abuela Carmen. Si el cielo existe, deben estar juntos remendando las sandalias y la túnica de ese Cristo que en el eterno afiche de su cuarto decía "A Jesucristo es imposible conocerle y no amarle, amarle y no seguirle". Pero si no existe, deben estar juntos tomados de la mano, con la ruana cubriendo sus piernas, espantando el frío de la ciudad pues cumplieron su promesa de estar juntos en la salud y en la enfermedad, que no logró vencerlos,; por eso no fueron velados en la habitación del hospital donde los dos murieron, si no en la sala de la casa donde los amigos de la familia y uno que otro chismoso se acercaron a llorar y entre sonrisas dijeron: "si ven que doña Carmen y don Enrique se quería tanto que hasta al cementerio tuvieron que irse juntos..."
(Posdata: Paz en su tumba a mis abuelos. En un pais en guerra es un privilegio morir de viejos, de causas naturales, hasta en eso estas muertes son un extraño ejemplo)
6 comentarios:
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hola...
me encanto tu post....me fascino...
es triste...pero bonito...
q buen post.
saludos
bienvenida madame web a este rinconcito, gracias por compartir
felipe..está super bueno tu blog, en msi tiempos de niña mi abuela hacie lo mismo en san gil (santander)y a los nietos nos tenia en un concepto y nos dejaba hacer lo que quisieramos hasta no muy tarde...nos dio "palizas" por estarnos tarde de la noche...ahora esa vieja casa se ve sola sin esa personita que nos daba "rejo" yo entiendo todo eso y creo que mas de uno sabe de eso
asi que tranquilo
att: archila
Hola pipe aqui estamos en familia leyendo tus escritos son un regocijo para el alma..... creo que tu papa tiene razon cuando dice que tu futuro esta en la escritura nos has hecho llorar y reir en este fin de semana tan dificil para todos el vacio que ha dejado nuestra guelita es muy grande... cuando hablas de tus abuelos me acuerdo cuando hacias fieros y nos decias '' me voy para donde la abuela de la meralda''y se te olvido contar que la tia beiba no se llama beiba... un abrazo grande jimena lina camila
Pues hay muchas cosas que nos falta por contar. Por eso hablé de rodar un video documental, deberíamos irnos hasta la montaña a ver dónde nacieron los tíos, deberíamos ir a recorrer esos pasos, incluso hasta bateros. Por ahí dicen que se va a formar una asociación de damnificados del paseo a bateros, que 25 años después exigen una indemnización por daños y perjuicios.
Cuando viaje a popayán, nos reunimos a echar memoria, grabamos y estructuramos un texto mas completos de toda esa odisea. O por este medio me cuentan sus recuerdos y yo los reelaboro.
un abrazo.
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