No tengo ningún objeto de culto más que el cuerpo humano, todo lo demás es artificio incensario.
Fui a la casa de mis padres y ví que el mueble del equipo de sonido seguía habitado por unas cajitas con unos dispositivos lineales de almacenamiento de información sonora, entonces decidí botar todos esos casetes aunque se perdiera alguna joya de la música latinoamericana desde Rodolfo y los Hispanos, pasando por Garzón y Collazos hasta los clásicos de Menudo.
Había una consolita de pasta roja que fácilmente se pudo ganar el premio Lápiz de Acero en los años ochenta pues permitía poner veinte casetes en orden y girarla para elegir la música de su preferencia, era como el iphone de su época ¡Y mi mamá sí me lo pudo comprar!.
También había un arrume gigantesco de unas arepas negras que según recuerdo se ponían a girar bajo una aguja y tenían la capacidad de almacenar unas diez canciones por cada lado. Era la era del LP, de los cañonazos bailables y de las colecciones de música clásica de Salvat, a ese arrume le debo mi formación musical y por eso puedo brincar del Cuarteto Imperial a Stravinsky sin ningún remordimiento porque en mi discoteca cerebral están en la misma categoría: los discos de mi papá.
Echaré de menos a Camilo Sesto y la versión de El tamborilero de Rafael, pero estoy convencido de que alguien ya habrá colgado esa música en ares, e mule o sonico y que la podré escuchar sin necesidad de bajar el archivo, ni pagar por ello.
Entonces llegó el momento de echar la bolsa al basurero, pero en el fondo iban siete cajas de unos dispositivos de la arqueología informática llamados discos de tres y media y recordé que mi primer portátil tenía entrada para diskete y que si había alguna información valiosa o confidencial, nadie se iba a tomar el trabajo de conseguirse una unidad de diskete para revisar lo que estaba almacenado, entonces los boté sin tomarme el trabajo de destruirlos como lo manda los reglamentos de la seguridad informática.
Del lado derecho de la bolsa salieron dos discos con gesto de despedida, eran nada menos que las versiones originales de Canciones urgentes y Al final de este viaje de su santidad Silvio Rodríguez, regalos maravillosos de mi novia de los años de la lucha.
Sentí que nunca volvería a escuchar esos discos porque no le voy a meter plata a conseguir un tocadiscos, además cuando me coge la melancolía libertaria, abro internet y puedo tener a Silvio en audio o en video cantando para mí: Silvio en blanco y negro, Silvio con bigote, Silvio con pelo, Silvio con gafas, Silvio en concierto, Silvio Unplugged en MTV, Silvio feat Dady Yanky.
Entonces comprobé que los famosos acetatos no eran flexibles y se quebraron al primer doblez.
Como gesto de contrición por tantos años de compañía, les tomé esta foto que registra el cambio tecnológico y esta despedida sin llanto. Así como dijo chancaca cuando le robaron su flauta: “Me pueden quitar la flauta pero la música sigue conmigo”, me dije: “Puedo quebrar los discos pero el recuerdo de la música sigue conmigo”.
En una próxima visita a la casa de mis padres, botaré las torres de discos compactos y cuando echen de Menos a Paloma San Bacilio, Rocío Durcal y Mocedades les enseñaré a usar youtube y les mostraré los videos de de Vicente Fernández feat Dady Yanky.
Espere el próximo artículo: Diatriba 1: Contra el cambio de celular
2 comentarios:
A mi si me daría durísimo deshacerme de todas esas cositas. Quizás después de varios años lo haga...y no llore.
Abrazos, profe!
Yo tampoco me apego mucho a las cosas. De lo único que no he podido deshacerme es de mi Discman Panasonic, y no lo haré por ahora, porque en el puedo portar la música que provienen de mis tres cidis originales. Y si, puedo escuchar esos discos en un mp3, pero no suenan igual. Ademas, primo, que falta de visión mercantil: los acetatos se Silvio valen mucho! Son de colección, con esa plata hubieras podido comprar un iphone.
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