miércoles, septiembre 02, 2009

Ahora resulta que el victimario es la víctima

El postulado básico de la llamada “cultura traqueta” es que el dinero es la unidad de medida del ser humano, cada persona “vale” por el dinero que “posee” y así el ideal de realización humana es la posesión de dinero. De esta idea tan obtusa se desprenden otros axiomas, por ejemplo: “la pobreza es una elección voluntaria de la gente perezosa” y que “se debe salir de la pobreza a costa de lo que sea”.


Por eso el negocio reality se basa en la admiración al esfuerzo de quienes “salen de pobres”. No importa hacer trampa en el juego, no importa saber un oficio: cantar, bailar o actuar; para ellos lo importante es “hacer el esfuerzo por salir de pobre”, así sea vendiendo la intimidad y por esa vía, poniéndole precio a la dignidad.


Los narcodramatizados son el nuevo modelo de reality que pretende llevar las narrativas del narcotráfico a la pantalla. En la telenovela narca hay un esquema ético que retumba en la sociedad y la sociedad ofrece sus historias para mediatizarlas y banalizarlas, una refleja a la otra amplificándose, distorsionándose hasta fundirse en una sola metarrealidad. A estas alturas uno no sabe si los sicarios hablan así porque lo vieron en la pantalla o si los sicarios de las pantallas hablan así porque los vieron en la “realidad”. Entonces “realidad” y “ficción” se reflejan mutuamente para legitimarse.

Mas allá de contar la historia reciente del país, los narcodramatizados tienen el objetivo de legitimar la cultura traqueta, con el gancho publicitario de la historia humana del narcotraficante, donde pintan al traqueto como una víctima de las circunstancias.


OBSERVACIONES SOBRE LA SERIE EL CAPO

El Capo aparece como un pobre que a punta de mucho “esfuerzo” logró sacar adelante a su familia. Aunque ese esfuerzo implicó enriquecerse con un negocio ilícito y matar a muchas personas, para el espectador lo importante es ese espíritu férreo para salir de pobre, al que se le rinde tanto culto en este apasionado país del emprendimiento.


El espectador llega a comprender y a justificar sus acciones tanto en el negocio como en la cama. Al justificar su infidelidad, el Capo le dice a la esposa: “Pero si yo no fui desleal, nunca te he dejado de amar” y después le dice a la amante: “yo nunca te mentí, ni te dije que iba a acabar mi matrimonio, vos aceptaste mis condiciones”. Entonces el espectador admira esa hombría (esa machería mejor) porque aquí se admira al macho que es capaz de tener y mantener a dos, para eso trabaja duro.

Así las cosas, además de promover el machismo ramplón tan natural en esta cultura, se define un rol femenino bastante denigrante:


La esposa es virginal: desde niña solo tuvo ojos para su hombre, le aguanta todo y por eso es la Madre de sus hijos.

La amante es juvenil y sensual: operada para llegar a ser el objeto de deseo del Capo, es una profesional económicamente independiente, que seguramente ha disfrutado su sexualidad con otros hombres, a diferencia de la esposa.


Entre esos dos extremos de modelos femeninos hay un vínculo contundente: la única forma en que una mujer puede ser feliz es siendo “la mujer del capo”, es decir de un macho bien verraco y con suficiente dinero para “tenerla como una reina”.


El Capo obviamente es un maduro deseable que va de los extremos de la galantería y la ternura familiar a la locura del psicópata que no le tiembla la mano para ajusticiar a cualquiera, incluso a un cadáver.

Los lugartenientes del Capo son una caricatura de la caricatura, de la caricatura del sicario colombiano, con sonsonete de comuna y tumbao callejero, son capaces de llevar las órdenes del patrón hasta sus últimas consecuencias. Su extraño concepto de lealtad se limita a hacerse matar por el capo quien los protege y las da lo necesario: el dinero producto del negocio, aunque todos saben que el Capo los mataría sin vacilar, si el negocio lo requiere.

Seguramente lo mas interesante de la historia es la demostración de la “infiltración” de los narcotraficantes en la “clase gobernante”. Unos niños bonitos que conviven con la clase alta, los políticos y los banqueros y nadie les pregunta quiénes son sus padres, al fin y al cabo el dinero compra estatus y credibilidad en esta extraña pirámide social.


Hace menos de treinta años se hablaba de “los mágicos” quienes invitaban a las clases altas a invertir en un mágico negocio que les multiplicaba el dinero y sin pagar impuesto ¡Y nadie preguntaba de dónde salía la plata!. En los últimos años un desempleado del Caquetá logró convivir con esas mismas clases altas, gente de la farándula, industriales, comerciantes y nadie le preguntaba de dónde sacaba el dinero. Vemos lo que queremos ver porque el dinero, especialmente el fácil, nos deslumbra muy fácilmente.


Parece que en esta lógica es suficiente tener dinero “para ser gente bien”. Pero tristemente la historia demuestra lo contrario, todos los capos han tenido dinero pero no han sido “gente de bien” aunque compren conciencias en sectores populares con escuelitas y casuchas, es decir, resuelvan las obligaciones que el estado no puede resolver, aunque se incrusten en los organismos del poder (Pablo Escobar fue congresista), aunque sean seres humanos que se enamoran y sufren, aunque lloren la distancia de sus hijos, aunque se esfuercen por salir de pobres; ninguna de estas situaciones dramatúrgicas justifican sus acciones ilegales.


Y aquí es donde brilla ese espejo deforme de la “realidad ficcionada” de las narcotelenovelas, pues a partir de la hipótesis de una hija del capo casada con el hijo del ministro de defensa, aparece otra versión donde el ministro y su jefe son quienes manejan el cartel y en otra versión de esa realidad, el ministro y su patrón son apenas lugartenientes de los verdaderos dueños del negocio quienes tienen de fachada un negocio de Embajada con una larga fila de desarrapados inmigrantes; así ministro, presidente y embajador fingen de “gente bien” y toda la audiencia del noticiero dramatizado les cree cada día.

COLOFÓN


Cristóbal Peláez del teatro Matacandelas cuenta una anécdota de un amigo viendo la cartelera de teatro en Panamá donde los títulos de las obras son: “Colegialas en apuros”, “Pepito y mis vecinas”, “Juegos calientes”, “La tanga roja”… si esa es la cartelera de teatro ¿Usted que piensa de la gente que habita ese país?...

Revisemos los títulos de nuestras telenovelas para hacer un parangón.


Cada imagen está enlazada con su pagina de orígen, solo son utlizadas para ilustrar este artículo.

4 comentarios:

Julieth dijo...

Es verdad profe, como colombianos nos quejamos porque los extranjeros nos ven como "narcotraficantes" y "prostitutas explotadoras". Pero qué hacer si es lo que estamos mostrando por medio de los productos televisivos nacionales (el cartel, sin tetas no hay paraiso, y ahora el capo), y lo peor es que el rating de estas series es altísimo...la cuestión es que hacer para que nosotros mismos nos interesemos en cosas más importantes y crear conciencia y autocrítica sobre lo que nos imponen los canales privados. Buen post profe, abrazos!

Felipe Chávez G. dijo...

Como siempre gracias por la sintonía Julieth.

Creo que el primer paso es decir "paso", no me lo como, no les creo, no les compro.
De ahí para allá tendremos que usar la imaginación para inventarnos otro pais posible.

Un abrazo

Anónimo dijo...

es muy desilusionante, aun mas cuando a pesar de todo el conflicto que existe en nuestro pais existen cosas que podrian ser magnificas para el mundo, muchos de los extrangeros que podido conocer en principio le huyen a colombia por su violencia y por sus defectos, pero han sido personas que han conocido el pais y han descubierto en Él cosas muy hermosas, jamas daria homenaje a una persona que ha convertido a otras en muertos vivientes por el elixir que hoy llamamos "droga"
leidy ruiz

Felipe Chávez G. dijo...

Leidy:

Creo que el problema nos es que los extrangeros se asusten del páis, el problema es que nosostros mismos vivamos asustados.

Respecto al negocio de las drogas, creo que la única solución es legalizarla. Que los productores paguen impuestos y seguridad social a sus trabajadores y que la venta y consumo sea regulada de manera semejante a como se hace con el alcohol. Con la legalización se acabaría la corrupción y la violencia que genera el tráfico ilegal de droga.

El consumo en cambio, no cambiaría, pues el consumidor consume con droga legal o ilegal. Entonces el dinero de la lucha antidrogas se invertiría en educación, no en armamento par auna guerra perdida como la guerra antidrogas.