jueves, febrero 04, 2010

Cuando yo tenía doce años

CUANDO YO TENÍA DOCE AÑOS
Un cuento de: Felipe Chávez G.
www.felipechavez.tk
Febrero 4 de 2009

A Papá lo mató la guerrilla cuando yo tenía doce años, desde ese día mi vida solo ha sido un intento inútil por revivirlo.

Al entierro de Papá asistió todo el pueblo y al día siguiente mi hermano Carlos decidió vengar su muerte. Por esos días las cooperativas de autodefensa campesina eran promovidas por el gobierno regional para protegernos de los abusos de la guerrilla, pero mi hermano estaba convencido de que no era suficiente. Decía que la única solución era acabar esa plaga o la plaga nos acabaría a nosotros. Ponía ejemplos de la finca, una vez quemamos dos potreros para dejar descansar la tierra y cambiar de cultivo y él me dijo que así deberíamos acabar con la guerrilla fuego contra fuego, para abonar nuestro futuro.

Sus frases eran cortas y contundentes, de una radicalidad que inspiraba respeto. Con esas charlas convenció a los dueños de las otras fincas para inyectarle dinero a una de las coperativas de seguridad campesina. Decía que si el Estado no era capaz de defender a sus contribuyentes, la gente tenía el derecho de armarse para defenderse.

No obligaba a nadie a darle dinero, los ganaderos de la región empezaron a frecuentar la finca para ver cómo podían colaborar y en menos de tres años, la casa de Papá se había convertido en una especie de comando central, aunque yo no lo sabía.

El día que pusieron la primera antena de telecomunicaciones yo estaba en la piscina con unos amigos, lo recuerdo bien porque esa noche fue mi primera relación sexual con una novia, la vida sexual con las sirvientas no cuentan.

Llegaron unos ingenieros y empezaron a armar una torre con un bombillito rojo en la punta, yo creía que servía para predecir el clima, para estar pendientes del riego de los cultivos y los pastos, pero después entendí que la antena servía para comunicarse por radio entre los finqueros, el ejército y la policía.

Así se fueron dando pequeños cambios que para mí eran la consecuencia de la muerte de Papá. Mi mamá no soportaba ver la finca sin Papá y necesitaba dedicarse a su quimioterapia, por eso se fue a vivir a Miami con mi hermana, así Carlos asumió los destinos de las fincas que empezaron a crecer.

Una tarde mi hermano me llevó a conocer unos potreros nuevos, eran unas tierras muy bonitas, con mucha agua y matas de monte. Pasamos por un caserío que se veía abandonado desde hacía poco tiempo. Parecía un pueblo fantasma de las películas del viejo oeste. Nos bajamos a echar un vistazo antes de llegar a los potreros, entramos a las casuchas y tuve la sensación de que las ollas habían quedado puestas en la estufa de leña, como si los habitantes de la casa aún no se hubieran ido. Las casas tenían los enceres, había ropa en los armarios, incluso alimentos en los anaqueles. Le dije a mi hermano en son de chiste que esa gente se había ido sin maleta, él sonrió un poco y volvió a un gesto sombrío que había tomado su rostro en los últimos días.

En la casa se hacían reuniones con gente importante, iban los finqueros, alcaldes, funcionarios de los municipios cercanos y hasta el gobernador. Yo escuchaba sus discusiones sobre el nuevo país que querían heredar a sus hijos, sin los flagelos del siglo XX, con autoridad y seguridad que garantizara el trabajo para todos. Pero no me importaban sus argumentos ni sus análisis de los arrodillados presidentes que le habían entregado el país a la guerrilla. En cambio aprovechaba para conocer a las hijas de toda esa gente y disfrutar la vida.

Las reuniones fueron cambiando del discurso a la acción. Los escoltas empezaron a usar armamento cada vez más grande y a viajar en grupos en camionetas 4X4 y un lenguaje militaroide se volvió cotidiano. Ahora se organizaban operaciones, se trasladaban mandos, se armaban escuadras y frentes.

Lo que inició como una cooperativa de seguridad para los campesinos, se convirtió en un ejército de autodefensa fuertemente armado y con una financiación que parecía no tener fin.
Carlos administraba eficientemente las tierras de Papá, respondía por el tratamiento de mi mamá y todos los gastos de la familia.

En mis venas no hay sangre de agricultor, para mí la finca era un paraíso con una piscina y unos caballos, pero no me gustaba el trabajo de la tierra y aún no me gusta. Cuando terminé el colegio me fui a Francia a estudiar cine para alejarme de la finca. Desde Europa veía a Colombia como un país sudaca que mejoraba económicamente a pesar de su tradición violenta entre diferentes ejércitos. Pero después de tres años regresé a la finca a buscar la historia de Papá para hacer un documental sobre su vida a partir de objetos cotidianos.

La casa ya no era la misma, ahora estaba adornada con columnas y una cascada interna. Mi hermano la había transformado en una ridícula caricatura de una mansión por el frente y bunker por atrás.

- Este es el lugar mas seguro de la casa.

Me dijo mi hermano y me mostró las comodidades del bunker, computador, monitores y teléfono satelital. Cuando le dije que me parecía una exageración, me dijo que la guerra estaba muy caliente, que esos hijueputas guerrillos le habían secuestrado a un comandante y a dos finqueros que invertían en su ejército.

- ¿Y cuándo declararon la guerra en Colombia que yo no me enteré?

Le dije en tono burlón. Carlos me tomó del brazo, me sentó en el sofá y me empezó a explicar lo que había sucedido en estos años:

- Mire hermanito, mientras usted estaba disfrutando el antiguo continente, aquí estábamos en la guerra mas sangrienta que usted se pueda imaginar. Eso que le contaron de la violencia entre liberales y conservadores es un juego de niños comparado con lo que ha pasado en los últimos años entre los hijueputas guerrillos y las autodefensas unidas de Colombia. Nosotros creamos un ejército financiado por la gente trabajadora de la región para protegernos de la amenaza guerrillera. Ellos se dedicaron al narcotráfico y empezaron a masacrar al pueblo, a secuestrar y nosotros no podíamos dejar que nos siguieran vacunando, entonces nos tocó defendernos…

Allí empezó a contarme detalles inconfesables de “su guerra” y yo fui descubriendo a una persona que ya no era mi hermano. Ahora tenía en frente a un jefe paramilitar responsable de expulsar a la guerrilla de medio departamento, pero a un precio altísimo.

Dos de las masacres de campesinos que habían sido denunciadas como grandes escándalos periodísticos, donde dicen que cortaron cuerpos con motosierras, habían sido preparadas por esa persona que decía ser mi hermano. Para él en Colombia solo habían patriotas o bandidos y la única manera de sacar el país adelante, era eliminar a los bandidos.

Y sin ningún atisbo de vergüenza me contó algunas de las hazañas de su guerra:

- Quienes no quisieron apoyar debieron salir de la región porque por acá no queremos ayudantes de la guerrilla. El coronel de la brigada del ejército nos abría el camino para hacer las operaciones en los sitios más difíciles. Fue necesario hacer listas de identificación en cada vereda para saber quién estaba con quién, nos dimos cuenta que hasta los profesores de la vereda Becerritos andaban infundiendo ideas nocivas a los niños, el Estado no debe pagarle sueldo a los bandidos, por eso fue necesario sacarlos de la región y empezar a decidir quién podía ser alcalde o consejal en cada municipio del departamento. Nosotros hemos gobernado brindándole seguridad a la gente para que pueda trabajar, pero lo que mas me emberraca es que la muerte de mi mamá también fue culpa de los guerrillos porque a ella no la mató el cáncer sino la preocupación por la finca.

Yo estaba sorprendido por la crudeza del relato y especialmente por las justificaciones de sus actos. Carlos se quejó de la falta de apoyo del Estado, que en un tiempo los acunó y ahora los perseguía y me dijo que ya se estaba cansado de guerriar tanto por el país, pero que todo lo hacía por honrar la memoria de Papá.

Ahí ya no pude seguir escuchándolo, me fui a esconder mi sentimiento de vergüenza y de rabia contra mi propio hermano. Esa noche no pude dormir recordando en las estrellas las enseñanzas de Papá.

¿En qué momento mi hermano había de dejado de ser un ganadero para convertirse en un matón?, ¿en qué momento había sucedido este horror que el país no conocía?, ¿en qué momento sucedió esta guerra de la que mi hermano se sentía héroe?.

A la mañana siguiente no quise ver a mi hermano, me fui a averiguar si lo que me había contado era cierto o era una simple locura.

Fui a visitar viejos amigos en fincas cercanas para averiguar sobre los hechos de los últimos años. Los finqueros decían entre risas que la gesta por la libertad había exigido sacrificios pero que había valido la pena. En resumen todos habían aumentado sus tierras y habían desplazado a la guerrilla. El departamento había pasado de ser un santuario guerrillero, a ser tierra de prosperidad para la industria y los negocios. Que ahora sí se podía viajar.

Yo preguntaba sobre las matanzas y los asesinatos de civiles y la mayoría reconocían que eran pequeños daños colaterales de la guerra.

Mientras más averiguaba, mas confirmaba y ampliaba los detalles de las acciones de mi hermano. Ya no podía estar en las tierras donde Papá nos había enseñado el respeto y el amor por la vida. Decidí regresar a Francia sin ningún material para el documental sobre Papá.

Pasados unos años de estar escondido en Europa ví a Carlos en el noticiero, fingía de veedor en un proceso de desmovilización acordado con el gobierno. Sus lugartenientes habían asumido la responsabilidad de las muertes y los negocios ilícitos y pagarían unos pocos meses de cárcel, mientras él continuaba con los otros finqueros hablando del desarrollo económico de la región, sin pagar por las muertes que habían financiado.

Cuando entendí que un video no iba a revivir a Papá, decidí hacer un documental sobre colombianos exiliados en Europa por el odio fratricida, los busco con la cámara y les pido que me cuenten su historia a ver si en algo puedo resarcir las acciones de mi hermano.

Cada vez que pienso en la palabra Colombia, también pienso en las palabras Caín y Corrupción y cuando pienso en mi hermano, recuerdo la palabra Impunidad.

Cada vez que pienso en Colombia me pregunto cuándo Carlos dejó de ser mi hermano.

Cada vez que pienso en Colombia, recuerdo que a Papá lo mató la guerrilla cuando yo tenía doce años y desde ese día mi vida solo ha sido un intento inútil por revivirlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen cuento, Felipe.

Saludos.

Felipe Chávez G. dijo...

Gracias, lo triste es que estas historias sucedan en la vida real de este pais.