Díganme prejuicioso, pesimista, incrédulo, ave de mal agüero, mamerto, resentido, embaucador, subjetivo o simplemente honesto: este país es una famiempresa, esa estructura microeconómica donde se rotan funcionarios y ejecutivos títeres para que las decisiones sigan siendo tomadas por los accionistas, en las que se ponen y quitan gerentes pero la familia de los dueños define los objetivos y las metodologías, donde los antojos de los dueños o sus hijos son ley.
Las familias empresarias tienen todo el derecho de administrar sus empresas como les plazca, es su plata, es su empresa. Lo grave es que algunas familias cojan al Estado colombiano, léase: la plata de todos nosotros, como si fuera su empresa familiar. Ellos se eligen, se reeligen, ellos legislan para sus empresas, ellos se bajan impuestos, se definen zonas francas, se adjudican licitaciones como si el Estado fuera la tienda de la esquina y ellos los dueños.
El gobierno Santos es la simple continuación de la hegemonía de la misma oligarquía excluyente que se tomó este paisito desde su origen hace doscientos años.
Escuchar al nuevo presidente es vergonzoso cuando dice, palabras mas palabras menos, “hace años mi abuelo dejó la presidencia y ahora yo como presidente…” y después verlo frente a su primo el ex vicepresidente Santos entregándole la casita al nuevo presidente con una abrazo tan familiar acompañado de esa sonrisita de “aquí no ha pasado nada”, con esa carita de satisfacción de haberse adueñado del poder y simplemente pasarle el turno al otro heredero de la familia.
Todo ese show de cambio de mando produce náusea y no la histeria de felicidad que transmiten los noticieros, porque demuestra que en este pais no hay democracia sino un extraño frente nacional familiar, un carrusel para repartirse el poder ente las mismas familias y los mismos grupos económicos, un juego de turnos al bate con parafernalia electoral, una monarquía subdesarrollorrada, una oligarquía tercemundista, o como lo dijo María Jimena Duzán, realmente este gobierno es un sultanato.
En estos días los principales medios titularon sobre el “linaje presidencial”, “la sangre del presidente”, “la tradición familiar”, “nacido para gobernar”; como si la administración de una democracia se heredara por apellido, como si el derecho a gobernar se pasara en los genes, como si el apellido fuera garantía de buen gobierno, como si pertenecer a una familia representara una condición especial para ser mejor gobernante; cuando en realidad representa lo contrario, si estamos como estamos no es por “la acción de las bandas narcoterroristas” como lo reza la doctrina uribista, si vivimos en el sexto país con mayor desigualdad social, con 28 millones de pobres, es justamente porque esas familias dueñas de los medios de producción, los medios de comunicación y en general del poder nacional, han perpetuado esas estructuras sociales excluyentes que son la verdadera razón de la pobreza.
En el discurso de posesión Santos se disuribizó, pretendió mostrarse mas moderno, mas globalizado, mas racional y menos pasional sin perder la energía guerrerista y mas técnico al hablar de la pobreza como el principal problema del país, usó palabras como diálogo, oposición, educación, innovación, defensa de los recurso naturales y la lucha contra la corrupción; nociones que no aparecían en la retorica uribista tan limitada a la doctrina tripartita de la seguridad democrática, la confianza inversionista y la cohesión social, donde cualquier distancia a la doctrina era tachada como terrorismo.
Santos se presentó como un orador mas urbano y mas global en contraposición al localismo-regionalismo-rural de Uribe y así mismo tiró línea a sus colegas mandatarios para posicionar a Colombia como líder de la región, habló del horizonte del continente como si él fuera el elegido para liderarlo.
Habló en tono conciliador: “la palabra guerra no existe en mi diccionario… quien habla de guerra nunca ha mandado a los soldados al campo de batalla, yo sí he enviado a los soldados a la guerra y he tenido que consolar a sus viudas y a sus huérfanos” dijo sin que le temblara la voz y se ganó los aplausos de los mismos que aplaudieron la gesta heroica de un “ser humano excepcional, de un gobernante irrepetible como lo es el presidente Uribe”.
Santos incluso habló de diálogo, aunque concluyó que derrotará a los violentos “por la razón o por la fuerza”.
El cerrado, parroquial, verdulero, rezandero, sicarial, apaisado y mentiroso discurso de un Uribe montañero será reemplazado por un discurso tecnocrático, gerencial, globalizante, contemporáneo, sofisticado y falso de un lord inglés cachaco que se veía realizado con el acompañamiento de la gaitas escocesas después de pronunciar lugares comunes dignos de una tarjeta de Timoteo como “el mundo no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos”.
Se cambia la fachada y las palabras cambian de sentido, Pastrana era la esperanza del cambio, Uribe era la esperanza de recobrar el Caguán, Uribe II reencarnaba la esperanza de seguir teniendo a Uribe y ante el hastío Santo nos volvió a devolver la esperanza. Qué país tan esperanzado, tan crédulo, tan incapaz de aprender de sus propios errores, tan fácil de manipular desde la emoción de la esperanza y la pasión.
Para entender críticamente el embrujo uribista vale la pena remitirse a las sabias filósofas paisas Tola y Maruja, quienes con su lenguaje cotidiano y ácido lograron demostrar que en realidad el emperador no tenía puesto el vestido como en el antiguo cuento europeo. Con su refinado análisis demostraron que en realidad “Alvarito puso seguridad en las carreteras para poder ir a la finca y ahora solo nos falta conseguir la finca” y ahora advierten que están preocupadas por “los hijos de Santos, que están en edá de merecer… zona franca”.
Todo este show del cambio de mando es un gran reality, ahora Santos tiene la inmunidad de mandatario, entonces en estos cuatro años podrá esquivar su responsabilidad en el diseño e implementación de las torturas, desapariciones y asesinatos de dos mil inocentes mal llamados falsos positivos pero no sabemos si entregará a la justicia al jefe que las ordenó o si tendrá que intervenir la Corte Penal Internacional.
En la famiempresa las decisiones de los dueños son inobjetables, las decisiones de la familia dueña de la empresa son palabra de dios, es su estilo de gerencia y todos trabajan para sostener a las familias propietarias, para la muestra un botón:
Ahí está un presidente Santos con un ministro Vargas Lleras, igual que hace unas décadas otro Santos era presidente mientras otro Lleras era ministro para después ser presidente. Así como en los fatídicos noventa presidió un Pastrana hijo de otro presidente Pastrana. Ahora un Turbay hijo de un presidente Turbay deja la Contraloría, un Gaviria hijo de un presidente Gaviria hace sus pinitos en la Cámara de Representantes y un Galán hijo del asesinado Galán alza su voz en el senado, mientras un Moreno Rojas nieto de un presidente Rojas Pinilla, intenta gobernar en Bogotá.
Entonces a quienes les produce tanta alegría el show del aparente cambio de mando, los veré aplaudiendo cuando dentro de cuatro, ocho o doce años a los hijos de los dueños les dé el antojo y quieran gobernar, entonces veremos a los hijos de Gaviria, a los nietos de Barco, al hijito de Pachito, al sobrino de Juan Manuel, al ahijado de los Puyana, de los Betancourt, los hijos de Pastrana que serán nietos-hijos de presidentes, es decir, casi como de sangre azul pura para gobernar y en el peor de los casos veremos a Tomás o a Gerónimo en un discurso de posesión hablando de las maravillas del gobierno de su padre.
Ojalá no esté vivo para ver ese horrible día.
PD: La única alegría de hoy es como dicen en Twitter: “Cesó la Urrible noche”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario