lunes, febrero 14, 2011

El eclipse de la familia

EL ECLIPSE DE LA FAMILIA

La crisis de la familia que describe Fernado Savater en el Valor de Educar  es consecuencia de la crisis generalizada de la sociedad contemporánea. Sin intensión de redunda,  vale la pena recordar que el siglo XX produjo un sistema de vida basado en el confort y la tecnología y que la globalización de los medios de información y entretenimiento cambiaron las formas de trabajo,  de interacción de las personas y la conformación misma de la familia. 


La soledad en medio de la multitud se volvió una enfermedad global  al desaparecer la noción de sociedad comunalista y ser reemplazada por el individualismo del capitalismo,  recordemos la relación de hombre-familia-sociedad que definía Santo Tomás:

“Así como el hombre es parte de una familia,  así la familia es parte de una ciudad. Mas la ciudad es la comunidad perfecta  (…)  Así como el bien del hombre no es el último fin,  sino que se ordena al bien común,  así también el bien de una familia se ordena al bien de una ciudad que es la comunidad perfecta”[1]

Como se ha dicho,  ese ideal está en crisis y viviendo constantes transformaciones por la prioridad que tiene el bienestar material en la actual sociedad de consumo. En ese contexto,  los padres se dedican al trabajo,  la escuela a transmitir conocimientos y los niños viven solos acompañados de la TV y el Internet. Entonces,  dice Savater,  la familia está eclipsada. 

Yo quiero citar solo tres fenómenos que he observado en los últimos años:

En primer lugar,  los padres dejaron de crecer.  El ideal de juventud y belleza hace que los padres sean niños que nunca crecen.  No ejercen el rol de padre sino el de amigo del hijo y esto dificulta la formación con las graves consecuencias en el comportamiento y la sociabilidad del niño.

De ahí se desprende un fenómeno sociológico curioso.  Las madres se niegan a envejecer y empiezan a parecer las hermanas de sus hijas,  comparten sus gustos y hasta su ropa.  Anteriormente,  las niñas jugaban a ser madres,  se vestían con la ropa de sus madres para parecer más grandes,  ahora el efecto es inverso,  las madres juegan a ser hijas,  se visten y se maquillan como sus hijas e incluso comparten sus diversiones.

El fenómeno es mundial,  se dice que figuras como Demi Moore o Madona quienes están sobre los cincuenta años,  salen a bailar con sus hijos y los amigos de sus hijos,  su segmento de juventud se ha extendido,  en la práctica empiezan a “competir”  con sus hijas por el reconocimiento social. 

A este fenómeno lo han denominado “adultescentes”  adultos que no han salido de la adolescencia,  pero mas allá de la anécdota,  estas nuevas relaciones madre/hijo están produciendo una generación de jóvenes egoístas,  solos y nihilistas que no conocen la autoridad porque no reconocen el afecto.  Son hijos del abandono.

Y el tercer elemento de esta crisis familiar tiene que ver con el ideal de confort y placer tan promulgado en esta sociedad de consumo,  donde el esfuerzo ya no es una virtud,  donde todo se compra fácil.

Para ilustrar esta idea quiero referirme a una anécdota de mi vida personal el año anterior.  Mi esposa se antojó de una mascota y adoptamos una perra de raza Beagle a la que empezamos a tratar “como a una hija”.  Yo que nunca había tenido una mascota me dedicaba a jugar y a consentirla como si fuera un ser humano.  Durante el día pensaba en que la perra estaba sola en casa y al llegar por la noche quería “compensar”  al animalito por haberla dejado sola todo el día.


Entonces llegábamos a las siete de la noche y el patio estaba desordenado,  la perra se entetenía dañando todo lo que encontrara y en vez de recibir un regaño de sus amos,  yo me reía y empezaba a consentirla,  a acariciarla,  a reírme del desorden y obviamente a recoger los destrozos.  Mi esposa intentaba poner algo de orden regañando a la perra pero terminaba jugando con la mascota.

Entonces la perrita fue creciendo sin la mas mínima disciplina,  ella era la reina de la casa,  vivía sobre exaltada por nuestras excesivas atenciones y su comportamiento alocado empezó a volverse dañino y costoso.

En últimas decidimos regalar al pobre animal, no fuimos capaces de enseñarle hábitos,  porque estábamos dedicados a “consentirla para hacerla feliz”  cuando la “felicidad del animal”  también dependía de que aprendiera hábitos para llevar una vida mas plenas.

Puede parecer un poco abstracta la anécdota,  pero realmente con ella aprendí muchas cosas que antes le cuestionaba a los padres de los estudiantes con los que trabajo.  Haciendo un paralelo y guardadas las proporciones,  estos padres están todo el día en el trabajo,  los hijos viven solos o con la empleada del servicio,  cuando los padres llegan a casa,  quien “compensar a sus hijos”  por dejarlos solos,  entonces no le prestan importancia al comportamiento de sus hijos,  simplemente quieren complacerlos y así se genera un círculo viciosos donde los niños nunca son corregidos pero siempre son premiados  formando las personalidades egoístas y solitarias que se describieron anteriormente.

En síntesis,  los ideales de confort,  placer,  belleza y juventud  eterna del mundo contemporánea tienen en crisis a la familia y frente a esta crisis social generalizada,  la escuela sí tiene mucho que reflexiona y aportar.



[1] Tomás de Aquino. Tratado de la ley.  Editorial Porrúa.  México 1996.  P 6

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