LOS RECUERDOS DE LA INFANCIA
Mientras me van corriendo los años he empezado a reconciliarme con la
infancia. Cuando niño, quería ser grande, en la adolescencia quería ser adulto y ahora
en la adultez, he empezado a tener una
mejor relación con mi infancia. Es una especie de nostalgia, como si uno fuera la colección de recuerdos
de la niñez.
Después del psicoanálisis, la gente se la pasa buscando la causa de sus
problemas en la niñez y como buscan culpables,
los encuentran; siempre habrá algo
en la infancia que les justifica su forma de ser en el futuro. Es una especie de metafísica psicoanalítica de
la culpa que se popularizó.
A mí me pasa algo semejante, cada vez que me autoevalúo laboral o
afectivamente encuentro una justificación en mi historia de la infancia; incluso creo que lo que soy y lo que sé, es
lo adquirí en los primeros trece años de vida y en ese sentido me considero un
privilegiado. Recuerdo que gracias a la
comodidad económica de la familia y a la facilidad de la vida en la Popayán de
los ochenta yo fui un niño con acceso a muchas actividades y a una educación
primaria de calidad. Un día entrenaba judo,
otro día baloncesto, el sábado
natación y el domingo en el movimiento Scout.
Creo que esas pequeñas habilidades de dirigir
grupos, concretar proyectos colectivos y
compartir el conocimiento que aprendí en esas actividades, son justamente lo que me ha dado de comer
estos años.
Ahora que el negocio del miedo salió ganando y
los padres encierran a sus hijos en las casas,
los colegios y los centros comerciales veo con tristeza que esos niños
no pueden vivir experiencias como la vida al aire libre, la independencia de los padres y la aventura
de la vida.
La vida al aire libre es remplazada por los
videojuegos, la independencia, por el abandono de los padres quienes se
ocupan en hacer dinero y la aventura se
reduce al ciclo del consumo.
Te podrá parecer una caricatura bucólica esta
generalización, yo viví la infancia en
el siglo pasado en un mundo más rural y el mundo urbano de hoy ofrece otras
posibilidades a los niños, de acuerdo. Intento plantear que mis recuerdos de
infancia, mi formación de niño se dio en
medio de muchas actividades sociales de ayuda y voluntariado que me definieron
como artista, como pedagogo, como gestor social o como quiera que me
quieras definir personal y profesionalmente.
Decía que tengo una gran nostalgia por lo que
viví en esa época: mis entrenamientos deportivos, los campamentos y la mística Scout y muy
espacialmente mi grupo de teatro infantil e insisto, allí aprendí las habilidades que me han dado
el sustento toda la vida. Después en el
bachillerato, la universidad y el
trabajo, simplemente profundicé el
conocimiento que empecé en esos primeros años.
Refuerzo esa imagen viendo a algunos de mis
actuales alumnos, que terminan el
bachillerato y nunca se pararon frente a un grupo a exponer una idea, que llegan a la universidad y nunca tendieron
la cama, nunca pasaron una noche en la
soledad en medio del campo. Nunca
enfrentaron el miedo ni la dificultad porque siempre estuvieron "protegidos"
por sus padres.
Creo que esa es una característica de los
padres actuales: evitarle el esfuerzo,
el miedo y la dificultad a sus hijos creyendo que eso es el amor; pero resulta que la vida tiene bastante de
esos ingredientes día a día y quien no los ha vivido se los encontrará algún
día a la vuelta de la esquina y quién
sabe con qué herramientas lo sorteará.
El asunto puede ser tan caricaturesco que he
visto padres que se dejan vencer en una partida de ajedrez o en un partido de
fútbol con su hijo simplemente para evitarle el malestar de la pérdida al
niño, pero también para reforzar la idea
del éxito que vende ésta sociedad.
No aguanto esos padres que para llamar a su
hijo le dicen “campeón” pues ¿si el niño no sale campeón?, ¿si el niño fracasa?, ¿si el niño no lo logra? , ¿Perderá la
condición de hijo?, creo que quien llama
a su hijo “campeón” está proyectando su
propio miedo al fracaso en su hijo.
Este asunto de la paternidad me ha tenido
cabezón hace unos años, pero sobre él
hablaremos en alguna otra carta.
El punto ahora era la infancia y te decía que
me he reconciliado con la niñez. Creo
que al niño hay que ofrecerle una cantidad de actividades para que se enfrente
con la vida, para que se integre a la sociedad, para que se involucren con el-otro, para que salga de esa fase que los psicólogos
llaman egocentrismo.
Pero los niños de hoy viven como en un reality de televisión, como en un Truman Show donde toda la escenografía es de cartón, los escenarios
están
controlados y la comunicación está libreteada y
los padres pagan un colegio para que allá les enseñen qué es la
vida, una vida de mentira, evaluada,
planeada y controlada. Pero la
vida fuera de estas instituciones de control es bastante diferente.
A estas situaciones les llaman “la sociedad de
la representación”: el niño no va al parque sino al centro comercial con un
parque de plantas de plástico, el niño
no va a un colegio a aprender, sino a
prepararse para unos exámenes, el niño
no se enfrenta a la necesidad de relacionarse con el otro sino que lo agrega o
lo suprime de su lista de “amigos” en
las redes sociales, el niño ve las historias del televisor y las asume como un
mundo real y así sucesivamente, estamos
en una sociedad de escenografía.
Papá,
te digo que me he reconciliado con mi infancia desde la perspectiva de
una nostalgia positiva. Agradezco las
actividades que viví, las comodidades y
las carencias, incluso tu distancia en cada viaje pues todos esos momentos de
la infancia hacen parte de lo que soy. A
veces me pongo a hablar con mi propio recuerdo de un niño de ocho años que no
entendía por qué su padre estaba en Estados Unidos buscando mejor fortuna y veo
en esas noches el origen de la melancolía que me ha acompañado toda la vida.
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