Soy la
única mujer que sufre cuando baja de peso.
Mis hermanas son rellenitas, a mi
me tocó ser la flaquita, la bajita y la bonita de la familia. Cuando era niña los novios de mis hermanas
jugaban conmigo como si fuera una muñeca y así me acostumbré a ser tratada por los
hombres. Soy consentida y creo que nunca
crecí.
Ahora
que estoy cercana a los cuarenta años y veo crecer a mi hijo, me sonrojo cuando un tipo menor de treinta
años se fija en mí. No sé por qué a los
muchachos les gustan tanto las mujeres maduras.
El divorcio es la soltería ideal y ya no lo veo como un pasivo de mi historia
si no como un activo de mi experiencia.
Es tan fácil
levantarse a un muchacho que he llegado a retarme a mí misma para conseguirlo más
rápido, más joven o más bonito y lo
logro con una facilidad cómica. Debe ser por esta carita de niña que aún
conservo o este cuerpecito esbelto que no aparenta mis años y sale a bailar
cada quincena.
Soy la
única mujer que sufre cuando baja de peso aunque el espejo de mi baño sabe que
en realidad sufro de soledad.
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