miércoles, febrero 13, 2013

Miamicencio 13: Corazón roto



Nací con un roto en el corazón,  aunque papá le decía “un soplo”. Tengo una cicatriz en la rodilla desde la tarde que intenté bajar mi cometa enredada en los cables de la luz.  Otra cicatriz por la apendicitis. Otra en una rodilla por los patines y una en la ceja por un columpio.  Mi cicatriz más grande me atraviesa el esternón y todos los días me recuerda la cirugía a corazón abierto que me hicieron a los ocho años.  Desde ese día no he podido cerrarme el corazón.

Me enamoré por primera vez a los dieciséis, por segunda vez a los dieciocho y sucesivamente me enamoro año de por medio.  El gran amor de mi vida fue mi papá incluso más que mi mamá,  siempre quise ser como él  que decidió suicidarse cuando yo tenía quince años.  Todos mis amores fueron imposibles de tener.


Vivo eternos ciclos de enamoramiento y desenamoramiento.  Una vez llegué a casarme y aprendí que cuando no me desenamoro,  ellas se desenamoran irremediablemente,  el ciclo se repite y yo no lo puedo controlar. Cada desamor me ha dejado un nuevo hueco, mi corazón es una coladera.

Me fui acostumbrando a vivir pequeños instantes de felicidad,  sin pretender un futuro juntos.  Si repito un atardecer con la misma mujer lo considero una bendita coincidencia pero no un designio.  A veces me pregunto si no merezco ser amado  por más de un día,  pero me evito la respuesta.  A veces me pregunto si mi cuerpo puede ser más que un muelle de descanso para viajeras cansadas,  pero prefiero callar antes de encontrar la verdad.  Y en días como hoy que recuerdo la partida de mi padre  me pregunto por qué no heredé su fuerza para decidir partir.

Nací con un roto en el corazón y por eso nunca pude retener el amor.

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