martes, junio 02, 2009

Supermanuel

Esta entrada se podría titular "Se escribe a la carta".

Una voz conocida me dice en el teléfono que necesita una historia sobre la valentía para trabajar con niños de cuarto de primaria. Pero la valentía entendida como la vivencia de los principios, como la solidaridad de la gente en su trabajo, no como el heroísmo de las batallas. Me dice que el texto no debe superar los tres mil caracteres incluyendo espacios y que en dos días espera mi propuesta.

Yo que soy ocioso y me le pego a un avión fallando, le pido mas instrucciones y me dice que es simplemente un cuento de una cuartilla donde puede haber por ejemplo un profesor que realiza un trabajo rural (o eso creo recordar). Entonces me pongo manos al teclado y empiezo a imaginar a un superhéroe que no tiene mas poderes que su solidaridad.

Ese es el inicio de este cuento que me dejó la buena sensación de escribir a la carta, pues no soy capaz de motivarme, ni tengo la disciplina del escritor y parece ser que reconocer los límites es lo que nos permite darle tamaño a nuestra libertad, tanto en la vida como en la re-creación.
Entonces aquí va el cuento "Supermanuel" con 505 palabras, y 2934 caracteres con espacios incluidos.
Se reciben mas propuestas para escribir por encargo.

SUPERMANUEL


Cuando era niño Manuel se hacía una capa con una cobija amarrada al cuello, una capucha con una media roja y un antifaz con un pedazo de cartulina; se calzaba unas botas saltacharcos y soñaba con ser Superman.


-¡Supermanuel!. Le decía mamá para que se bajara de la baranda de las escaleras y fuera a cenar rápidamente.


-¡Superman, mamá, Superman! Con el poder de volar y luchar por la justicia. Respondía Manuel entusiasmado.


Pero mamá le quitaba la media, el antifaz y la cobija y le decía que la única forma de tener poderes era alimentarse sanamente.


El sueño de ser Superman se fue adormeciendo con el paso de los años entre tanto ejercicio de matemáticas, tanto mapa con capitales, tantas oraciones con sujetos y predicados, tantas evaluaciones y tantas urgencias de la vida cotidiana.


Manuel se vio un día con bata blanca y un fonendoscopio colgado al cuello, con un título de médico en el puesto de salud de una vereda que ni siquiera aparecía en sus mapas de colegio, donde el agua limpia era un privilegio y los alimentos balanceados escaseaban tanto como la sonrisa de los niños.


Manuel guardó su bata blanca y se calzó unas botas saltacharcos para conocer la gente de la región. Con el paso de los días aprendió los nombres de los campesinos quienes le enseñaron los tiempos de cosecha según las fases de la luna. Con el paso de las noches aprendió a reconocer los sonidos del campo, la llegada de la lluvia con las ranas y del verano con las aves. Aunque la gente seguía padeciendo las mismas enfermedades de hace años, Manuel administraba los medicamentos para que todos pudieran curarse al menos por un tiempo.

Por las noches Manuel dormía poco, prefería consultar en sus libros las causas de las enfermedades y hacer pruebas en el pequeño laboratorio que había construido en el patio donde los niños se acercaban a preguntar por el contenido de los frascos. Entre las charlas sobre la reproducción, hongos y parásitos; los niños llevaron las semillas de sus casas, las almacenaron, las compartieron y así se fue llenando la región con mejores plantas. Los cultivos crecieron más robustos y los alimentos se multiplicaron. Manuel confirmó en sus estadísticas que en tiempo de cosecha la gente enferma menos.


Una tarde en un paseo por el río, Manuel y los niños vieron cómo los desperdicios de un criadero y los químicos de los cultivos caían al cauce. Avisaron a las autoridades quienes ayudaron a descontaminar el río, mientras las estadísticas le seguían diciendo que con agua limpia la gente enferma menos.


Al final de un año sin visitar a mamá, sin pasear por el centro comercial de una ciudad, sin levantarse tarde los domingos; Manuel se despidió de la gente de la vereda y no pudo contener su emoción cuando los niños le regalaron un dibujo de un hombre volando con antifaz, capa y bata blanca y un letrero que decía: Gracias doctor Supermanuel por devolvernos la salud y la sonrisa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En este país, en ocasiones necesitamos la presencia de un héroe para que con su valerosa sonrisa y sus súper poderosas miradas acaben con los enemigos que nos agobian: la tristeza, la apatía y la desesperanza.
Así mismo somos héroes, nuestras mejores armas: el cariño, un buen consejo y un abrazo cálido vencen los villanos que atemorizan los corazones de los nuestros.
Tu cuento muy lindo. Te encargo que sigas divirtiéndonos.

Felipe Chávez G. dijo...

anónimo: te asiste la razón, los enemigos no son personas, son conceptos: pobreza, desigualdad, desesperanza... y bueno, intentaré seguir divirtiendo...me

Anónimo dijo...

A PROPOSITO DE CUENTOS A LA CARTA, EN EL FANTÁSTICO REGALO DEL DIA DE LA MADRE, EL DVD DE RAPHAEL, EL SABIO FILOSOFO/MUSICO SABINA DIJO ALGO ASI COMO, "ME HA LLAMADO MI PAISANO, RAPHAEL, PORQUE NO SOMOS AMIGOS, Y ME PROPUSO HACERLE UN TRAJE A MEDIDA. ME GUSTAN LOS TRAJES A MEDIDA PORQUE NO SON PARA CUALQUEIRA SINO PARA LA VOZ QUE LOS REPRESENTA, PARA QUIEN LO USA", ME ACORDE DE TI, DE TU CUENTO, QUE SER ESCRITOR TAMBIEN ES PRESTARLE LA VOZ A OTRO CUAL CYRANO... QUE TAL "COMPOSITOR" ME GUSTA PENSAR EN VOS ASI. UN ABRAZO ESCRITOR/SASTRE/COMPOSITOR.... TODOS SON CAMINOS.
MARIA K