La gente con fe me produce una admiración indefinible muy parecida a la envidia. Envidio a quien encuentra todas las respuestas de la vida en el simple acto de cerrar los ojos y extender sus manos al cielo.
A veces quisiera jugar en el equipo de dios para tener esa gran ventaja en la vida, saber que la causa y consecuencia de todas las situaciones de la vida es dios, saber que la respuesta a todas las preguntas es dios, saber que la solución a todos los problemas es dios; pero decidí jugármela mas difícil, en el equipo de los incrédulos desde que descubrí al niño dios dejando los regalos bajo el árbol.
Mis amigos creyentes dicen que mi escepticismo y mi egolatría antropocéntrica no me dejan ver la obra dios. Que si dejara de preguntarme, que si dejara de cuestionar, que si dejara de analizar (Es decir de existir); dejaría a dios actuar en mí y así él me premiaría con una vida mejor en el mas allá.
Supongo que es justamente por esos dos elementos que abandoné la fe católica. Creer en la promesa de un mundo más allá de éste me parece infantil y achacarle la responsabilidad de los actos humanos a dios me parece irresponsable.
Es posible entonces que mi fe o ese lado creyente no esté en la idea de la divinidad si no en la idea de la humanidad, reivindico al hombre negando la trascendencia de la divinidad. Estoy seguro que mas allá de este cuerpo de sangre, sudor y baba, no hay un paraíso prometido. Por eso no busco limpiar mi alma de un pecado heredado, ni creo en un Gran Hermano todopoderoso que vigila y juzga mis actos hasta el juicio final. Seguramente por ese “egoísmo antropocéntrico” es que no requiero una dimensión espiritual para arriesgarme a vivir cada día.
Vivir sin un ojo vigilante me obliga a responderme a mí mismo por mis actos y así salgo de la esfera religiosa a la esfera de la ética donde no hay transacción ni indulgencia posible, donde el juicio no es de un ser perfecto sobre uno imperfecto, si no de humano a humano por medio de un acuerdo racional llamado ley o llamado cultura. Moverme en el campo de la ética y no de la moral religiosa me obliga aceptar el consenso de la palabra, único privilegio del humano por encima de los otros mamíferos.
La palabra (el lenguaje) entonces es el vehículo de la ética para la coexistencia social, ella media lo debido y lo indebido y garantiza la existencia de la especie humana. Pero aceptar esa relevancia del lenguaje sin necesidad de la intersección de lo divino exige una gran confianza en la humanidad, exige creer que el ser humano tiene la lealtad para respetar y responder por su palabra, es decir que exige ser inocente y esperar peras del olmo, pues justamente la facultad humana del lenguaje es la misma capacidad de mentir. Fernando Vallejo no habla del Homo sapiens si no del Homo mandax, el hombre mentiroso.
Así las cosas, parece ser que los inventores de dios en las diferentes las culturas, encontraron la necesidad de una fuerza sobrenatural que juzgara y rigiera los destinos y las decisiones humanas pues conocían la imposibilidad de confiar en el hombre para que cumpliera sus acuerdos. Con esa gigante presencia divina es definitivamente más fácil regular la vida social que con el acuerdo ético, por eso insisto, envidio a los creyentes que no se decepcionarán por confiar en la humanidad pues tienen toda su confianza en lo todopoderoso inexistente, en la divinidad.
2 comentarios:
Este post me recuerda las clases de filosofía en el colegio, y si...son cosas que humanamente no se pueden explicar, y que Dios nos perdone. Mientras, seguiré creyendo.
Abrazos!
Ruben Blades dice:
"el camino lo hace la fe
por la fe es que uno se mueve"
La pregunta es en quién o en qué pones tu fe...
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