sábado, junio 05, 2010

Autorretrato 5: Mi mano izquierda

Mi mano izquierda es mi mejor parangón: es torpe, lenta, débil, inútil.

Mi mano izquierda es como yo, un simple apósito de un cuerpo que no habito, una mera formalidad para guardar la proporción y la simetría.

Mi mano izquierda siempre es la segunda, va tras la derecha como un simple apoyo, como un soporte adicional pero nunca tiene el papel protagónico. Mi mano izquierda es más suave y bonita que la derecha pero más inútil, que ya es mucho decir.

Si la evaluara por sus logros: mi mano izquierda nunca apretó un gatillo, nunca mató un enemigo, nunca penetró lo indebido. Lo único que aprendió a hacer para no aburrirse es seguir el dictado de esa voz interna tecleando estas palabras.

Mi mano izquierda es la mejor metáfora de mí mismo, está articulada al resto del cuerpo con un brazo delgado y gira sobre el omoplato que me duele cada vez que empiezo a trabajar. Es casi tan perezosa como yo, casi tan flacuchenta como yo, casi tan inoportuna como yo, pero siempre yo lo soy un poco más.

Esta mano izquierda me acompaña desde que tengo memoria, nunca se ha fracturado, ni se ha cortado ni ha sufrido algún dolor memorable, lo que demuestra su pasividad morronga, su falta de participación, su absoluta desidia con la vida.

Debo confesar que a veces me sirve de almohada, pero suele dormirse y el hormigueo me despierta a media noche. Mi mano izquierda también sabe acariciar, le encanta hacer masajes con aceite y recorrer la piel de una mujer hasta deshacer las sombras. Repitiendo esos momentos mi mano izquierda llegó a ser querida y besada, pero siempre terminó abandonada.

Si pudiera hablar mi mano izquierda contaría las hazañas de la derecha. Contaría los caminos prohibidos, los riesgos innecesarios y las fatales equivocaciones de su compañera. Por eso ahora creo que su única función en mi cuerpo es ser cómplice silente de la derecha, secundar sus travesuras y aumentar sus equivocaciones.

Sé que podrían amputarme la mano izquierda y mi vida seguiría igual de vacía, también podría perder las dos piernas, la lengua y la conciencia hasta llegar a ser un cerebro flotando en formol y nadie notaría la diferencia. En realidad podrían aniquilarme de un tiro por la espalda cuando me tengan arrodillado y a nadie le importaría. Así mismo pasaría si pierdo mi mano izquierda, mis palabras serían más lentas, mis ausencias menos perceptibles y mis olvidos más contundentes. Por todo esto y algunas omisiones voluntarias, esa mano izquierda es mi mejor parangón.

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