Desde
hace cinco años Magdalena busca el amor que no encontró en el matrimonio. Ella dice que su nuevo amor es su hijo
Vicente al que dedica el tiempo que le
deja su trabajo, aunque reconoce que los
fines de semana sin Vicente le dan un respiro a la rutina para encontrarse
consigo misma o para salir a tomar algo con los amigos del trabajo.
Cuando
Vicente va al entrenamiento de tenis,
Magdalena deja entrar a algún amante a su casa, tiene rutas entre los jardines del condominio
para que los vecinos no perciban nada extraño,
aunque hay un par de celadores que llevan la cuenta y el horario de las visitas y
han convertido en chisme las continuas visitas a la doctora Magdalena.
Magdalena
en cambio no lleva la cuenta,
simplemente disfruta el momento aunque queda con una sensación de vacío
que no puede llenar ni con una tarde de compras ilimitadas en Miamicentro. Ella sabe que ningún amante le ha durado más
de tres meses.
Desde
hace cinco años Magdalena juega a esconder los rastros de las visitas de sus
amantes a la casa, pero Vicente ya está creciendo
y ha empezado a comprender que su madre necesita tiempo para encontrar el amor
así sea a las escondidas, por eso le
pidió a Magdalena que lo deje entrenar tenis cuatro veces por semana.
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