Cuando
Dana iba a cumplir los once años viajó a Madrid a celebrarlo con su padre,
llevaba un videojuego para no aburrirse en el vuelo, pero el viaje se convirtió en una odisea
difícil de olvidar.
Unos
minutos antes de aterrizar en el Aeropuerto Internacional Barajas el abuelo
Julio que la acompañaba sufrió un infarto que las azafatas no pudieron
atender. Mientras aterrizaban en medio
de la histeria de los pasajeros el abuelo Julio murió.
A sus
once años Dana tuvo que tramitar sola todos los formularios de fallecimiento y repatriación
del cadáver de su abuelo y no pudo disfrutar sus vacaciones.
Dana
llamó a su padre para avisarle lo ocurrido pero no pudo recibir su ayuda pues
el Estado español no autorizó la salida temporal de un condenado por
narcotráfico para atender una calamidad familia.
Dana
nunca olvidó sus once años ni quiso volver a España hasta que su padre
terminara de pagar la condena.
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