Sergio es negociante,
se ufana de vender un hueco en dos contados. Viaja de pueblo en pueblo distribuyendo las
mercancías del almacén que tiene en Miamicencio. A los treinta y cinco años se casó con Paola quien tenía veinticuatro, la piel blanca, el cabello crespo y las piernas más bonitas
de toda la ciudad.
Cuando Sergio
hacía pedidos de ropa para el almacén, dejaba las nuevas colecciones de faldas
y vestidos para que su esposa los estrenara en el parque donde paseaban los
domingos tomados de la mano. Aquel 8 de
octubre con el nacimiento de Sergito su hijo, conocieron una nueva dimensión de
la felicidad.
El
tiempo pasó y Paola detectó algo extraño en los besos de Sergio. Una vez le preguntó
si andaba con otra mujer, pero él le
aseguró que nunca la cambiaría. Otro día
en medio de una discusión le preguntó si
en realidad la amaba y Sergio contestó
que si vivía con ella era justamente porque la amaba y que no molestara con su
filosofía barata, que lo dejara ver el
partido de fútbol en paz. A Paola no le gustaba que su esposo llegara del
trabajo a ver las telenovelas pero ya había renunciado a proponerle algún tema
de conversación.
Los
días le dieron la razón a Paola. Sergio llevaba ocho meses conviviendo con una
mujer que tenía dos hijos. El divorcio
incluyó varias peleas y un acta de conciliación donde Sergio se comprometía a
pagar un dinero mensual y el colegio de Sergito.
Cuatro
años después del divorcio nació el nuevo hijo de Sergio y el almacén quebró por
la competencia de productos chinos importados a bajo costo. Paola asumió sola el mantenimiento de la casa
y de Sergito estirando su sueldo de cajera bancaria, aunque lleva las cuentas de todo el dinero
que le debe Sergio.
Al principio
de cada mes, cuando la llaman del
colegio de Juanchito por la pensión atrasada, Paola dice irónicamente que Sergio
es el gran negociante que hizo el peor negocio de su vida: pasó de tener un
hijo a intentar mantener cuatro y una mujer que no trabaja, por eso ya no le alcanza para responder por
el estudio de Sergito.
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