(Fragmentos de un texto escrito en octubre 22 de 2007 y actualizado hoy)
Oscar Hernán nació hace 75 años en las montañas del municipio de El Tambo cerca de Popayán, en el Cauca. Por ser el mayor de los hombres, a los catorce años quedó de papá de los siete hermanos cuando José Manuel, mi abuelo murió… por eso no pudo seguir sus incipientes dos semestres de topografía en la Universidad del Cauca, afortunadamente los hermanos menores sí pudieron ser profesionales.
Era un poco solterón y se casó con Stella Gutiérrez llevándole diez años de edad, yo supongo que mi mamá tendría unos 18 y él 28, la verdad nunca hemos hablado de ese matrimonio, yo he visto fotos de mis tíos casándose pero no del matrimonio de mis papás (Tengo mis sospechas).
Mi abuela Blanca decía que dios hizo a sus hijos y botó el molde pues todos sus hijos hombres son ejemplares: trabajadores, estudiosos, disciplinados, buenos maridos… en cambio la generación de primos, mi generación es un despelote.
Mi papá siempre es Don Oscar, para todo el que lo conoce. Trabajó con el municipio de Popayán siendo secretario e inspector de policía de donde se jubiló en el año 1983 cuando yo apenas tenía cuatro años. Desde ahí, la pensioncita de mi papá se ha estirado para mantener a una esposa, tres hijos y tres nieto (Gracias municipio de Popayán).
Mi papá quiso salir de la finca, salir de El Tambo, salir de Popayán. En 1987 estuvo en Miami buscando el sueño americano, pero una noche soñó que un tipo salía en pijama del baño y pasaba por la sala, entonces le preguntaba a mi mamá:
-¿Quién es ese tipo?
Y mi mamá le respondía:
-Es el colmo que no reconozca a su propio hijo… que ya creció.
El tipo del sueño era yo, ya adulto sin reconocer a mi papá… la distancia terminó el sueño americano…
Después se fue a San Martin, Meta a administrar personal en una finca palmera. Estuvo un año, pero también la distancia lo fregó. Después fue a Cali y estuvo unos años hasta que lo enviaron a abrir una sucursal en Bogotá. Para ese tiempo, mi hermana mayor, Lorena; terminó el bachillerato y se fue a Bogotá a estudiar. Entonces en Popayán quedamos mi mamá, mi hermana Mercedes y yo. La familia estaba dividida.
En enero de 1992, llegamos a Bogotá a vivir el sueño bogotano. Ahí vivimos los mejores años de nuestra juventud. Y hace unos años, espantados por la tensión arterial decidieron venirse a vivir a Villavicencio donde seguimos buscando el sueño llanero y en estas tierras de esperanza quedarán sembradas las cenizas de mi padre.
Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi infancia es mi papá sentado en un sillón escuchándome y corrigiéndome las lecturas de la revista Selecciones; completándome las palabras en las que no podía pronunciar, yo me disgustaba pues no entendía cómo mi papá podría saber las palabras de lo que yo estaba leyendo.
Otra maña que tenía era el “diccio-diccio”: ante cualquier pregunta él se remitía al diccionario, podía ser la pregunta más elemental de la que seguro él tenía la respuesta, pero siempre se remitía al diccionario. El juego del “diccio-diccio”, de niño me hizo creer que el objetivo de la vida sería salir en los diccionarios, con nombre y foto. Hoy creo que si buscan la definición de “Hombre bueno”, encontrarán en el diccionario el nombre y la foto de mi papá.
Cuando cumplí quince años, mi papá leyó un discurso diciendo que yo sería un líder y que solo esperaba que yo llegara a ser un hombre bueno… desde ahí mi vida ha sido un camino para no defraudarlo.
Pasados unos años, ya siendo adulto, tuvimos una situación difícil por falta de dinero en el proyecto social que yo dirigía, mi papá me vio muy estresado pues el dinero se había vuelto un tema prioritario de todas las conversaciones. Mi papá tomó un billete nuevo de mil pesos, anotó el número de serie y me escribió una carta para decirme que no me preocupara tanto por los pesos, que me regalaba ese primer billete de mil pesos que se iría como tantos otros billetes que pasarían por mis manos, pero que el objetivo de la vida no era acumular billetes, sino servir a los demás y ser feliz. Y que al fin y al cabo el peso estaba muy devaluado, entonces sería mejor coleccionar dólares, yenes o euros. En esta anécdota veo su comprensión infinita…
Después mi padre se hizo mediador comunitario para ayudar a la gente a convivir mejor. También se hizo artista y se volvió un extraño alumno que escuchaba mis charlas sobre arte contemporáneo y política cultural. Ahora no sé quién me va a escuchar con tanta devoción.
Hace diez años, cuando en el mismo mes despedimos a mis abuelos Enrique, Carmen y Blanca, escribí:
Mi papá Oscar Hernán pudo compartir algunos años con el abuelo, en las correrías de las cacerías donde cruzaron la frontera de la montaña, para ver que el mundo no se acababa en el río Cauca; aprendiendo a tacar una escopeta de cacería, el abuelo le enseñó a mi padre algunos secretos de la oscuridad y la noche del monte.
Sé que mi padre recuerda las manos de su padre como yo recuerdo las manos de mi padre tallando un pedazo de madera. Sé que mi padre ahora entiende los silencios del abuelo, como lentamente yo he empezado a comprender lo que dice mi padre en sus silencios, en sus ausencias. Mi padre talla maderas como recordando los movimientos del abuelo con un machete al cinto, abriéndose paso entre la espesura de la selva. Y yo recuerdo a mi padre tallando estas palabras que son mi oficio y mi sustento.
Debo terminar con un agradecimiento enorme a quienes nos acompañan, a los que tomaron un carro o un avión para venir a esta despedida y a todos los que han enviado sus mensajes de amor y solidaridad.
Familias: Chávez, Gutiérrez, González Fernández, Montoya Bonilla, Los otros Gonzáles. UPA, Carretaca, Colegio Espíritu Santo, Universidad Santo Tomás, Universidad de Antioquia, vecinos de La Macarena y de Okavango.
Su presencia aquí demuestra que estas palabras se quedan cortas frente a la bondad de mi padre y también son un gesto de cariño por su esposa, hijos y nietos.
Termino (Por fin) con las palabras de mi madre que tiene una capacidad para resumir la vida en frases más contundentes que todo mi discurso. Ayer cuando se enteró de la noticia, mi madre entre llanto dijo:
“Él era como mi papá, él me hacía todo ¿ahora qué voy a hacer?”
Después de Lorena y Mercedes, soy el hijo menor y tengo 39 años y hasta hace dos día tenía un papá que me recordaba sacar la basura, pagar el recibo del gas, revisar las llantas del carro. Yo no sé cómo se vive en ese mundo cotidiano sin mi papá, yo no sé qué es ser adulto ni tener responsabilidades, desde el cielo mi papá tendrá que seguir amarrándome los zapatos y sosteniendo mi bicicleta para que yo no me caiga.
Hoy una esposa, tres hijos y tres nietos han quedado huérfanos e indefensos, solo le pedimos que nos acompañen para poder reconstruir nuestras vidas y mantener la familia unida con el amor que mi padre nos enseñó.
¡Hoy no vamos a enterrar a mi padre, hoy lo vamos a sembrar para que renazca la esperanza!
Y por siempre ¡Viva mi papá!.
Oscar Felipe Chávez Gutiérrez
(El hijo de Oscar Hernán)
Villavicencio, Meta. Junio 25 de 2018.